viernes, 16 de marzo de 2012

HA MUERTO EL P. OLIVARES

P. Estanislao OLIVARES D’ANGELO, S. I.
(Sevilla, 06.09.1924-Málaga 02.03.2012)



Dos años de noviciado, cuatro de juniorado, tres de filosofía, más cincuenta y cuatro años juntos en la Facultad de Teología, en Granada, me han permitido conocer bien a Estanislao Olivares. Sin embargo, tengo bien claro que no es fácil hacer de él una semblanza que refleje medianamente su personalidad. Quizá, porque uno de los rasgos más característicos de ella ha sido pasar por el mundo haciendo el bien, sin hacer el más mínimo ruido. No lo ha hecho ni como súbdito ni cuando ha tenido que ejercer el cargo de superior de una casa o rector de la Facultad. No lo ha hecho tampoco en la convivencia con sus compañeros de comunidad.

Prudente, pacífico, enemigo de las estridencias, ha demostrado siempre una clara inclinación a percibir principalmente el aspecto positivo de personas y cosas. Con toda razón, su amigo y colega José María Díaz Moreno ha escrito sobre él: «Sus muchos discípulos recordarán siempre su fina educación, su exactitud, su minuciosidad y, sobre todo, su respeto a las personas». No solamente sus discípulos; sus colegas, sus compañeros, los párrocos, con los que tan fielmente ha colaborado en su misión pastoral, y todas las personas que lo han conocido y tratado, han guardado de él esos mismos recuerdos. Son varias las ocasiones en las que he oído definirlo con la frase «es un caballero».

Los que le hemos acompañado durante largos años en la Facultad, tenemos su nombre irremediablemente asociado con el Derecho canónico. Serio y fiel como lo fue siempre a sus compromisos contraídos, desde que recibió el encargo de sus superiores para formarse primero y enseñar después esa disciplina, la convirtió con entusiasmo en el centro de sus actividades y en el principal instrumento de su servicio a la Iglesia y a la Compañía de Jesús. Gracias a su dedicación y a sus cualidades intelectuales, su obra en estos campos, ha merecido el reconocimiento de cuantos la han conocido. Muestra de ello ha sido el homenaje que se le tributó en el VII Simposio de Derecho Matrimonial y Procesal canónico celebrado en Granada el 29 de septiembre pasado y las sentidas palabras escritas por el P. Urbano Valero con motivo de su fallecimiento.

Además de a sus actividades científicas y pastorales, Estanislao se aplicó a otras actividades que podríamos calificar de menores o caseras y que encajaban con precisión con su natural inclinación al orden, la claridad y al deseo de estar al tanto de todo cuanto sucedía a su alrededor. Por eso fue, durante mucho tiempo, el secretario indiscutible de cuanta reunión requiriese un secretario capaz de redactar sus actas, ya fuesen congregaciones provinciales o juntas de Facultad. La historia domus de la comunidad de Cartuja se podría escribir con sólo transcribir las muchas anotaciones que con su diminuta letra fue escribiendo año tras año en sus agendas, igualmente diminutas.

Estanislao Olivares, nacido y educado en un ambiente familiar profundamente religioso, instruido y formado en nuestro colegio sevillano, especialmente cultivado por el P. Augusto Muriel, el gran promotor de vocaciones, ingresó en nuestro noviciado en septiembre de 1939, en el que tuvo que esperar algunos días para ser inscrito como novicio, porque no podía ser admitido antes de cumplir los quince años. Fallecido en la Compañía a sus ochenta y siete, puede decirse que ha sido su vida una vida entera consagrada a Dios, vivida desde de la fe. Cuando tenemos tan cercana y tan viva la fecha de su fallecimiento, es impresionante leer algunas frases escritas por él no hace mucho tiempo: «En el calendario, uno de los 365 o 366 días del año, va a ser ‘mi día’, el día de mi ‘glorificación’; así lo llamo con más exactitud, que no llamándolo el día de mi muerte. Es ‘ese mi gran día, en que saldrás presuroso a mi encuentro’ y ‘me darás el abrazo que anhelo, y el beso de Padre bueno en la frente’».

Que así sea, querido compañero. O que así haya sido.
Manuel Sotomayor, S.J.
Granada, 03.03.2012

Desde el Tribunal Eclesiástico de Cartagena (Murcia) queremos expresar nuestro dolor por una pérdida tan dolorosa para el Derecho Canónico.


La plenitud de la vida

Pero ese Bien, esa felicidad nos espera: Dios nuestro Padre nos aguarda en el cielo. No puede ser de otra manera, porque Dios es infinitamente más bueno, más bondadoso, más padre, que nosotros, y nosotros daríamos lo más que pudiéramos de felicidad, de bien, a quienes queremos. Si nos ha dado la existencia es para que seamos lo más felices posible.

[…]Ya están allí gozando de la plena felicidad, de la Vida verdadera, muchos amigos nuestros, muchos familiares nuestros. Menos mal que allí no hay antes y después, no hay antigüedad en el cielo; cuando lleguemos allá, todos habremos llegado en el mismo evo, donde no hay suceder del tiempo; de lo contrario, tendíamos que entristecemos de nuestro retraso.

Estaremos allí con todos con quienes hemos convivido a lo largo de nuestra vida terrestre; los familiares, los compañeros, con los que me cruzo por las calles, con los que voy en el autobús, etc. Si San Agustín habló de una "massa damnationis", bien podemos hablar de una "massa glorificata" en la eterna vida. .

Por eso mi muerte es mi "resurrección", desde el lado de allá, donde yo me encontraré en esa ocasión; no camino hacia la muerte, sino hacia la "resurrección". Rezamos a María: «Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestro paso a la vida, de nuestro encuentro en la vida». Es «ese mi gran día en que saldrás presuroso a mi encuentro» y «me darás el abrazo que anhelo, y el beso de Padre bueno en la frente».

¡Abbá mío!, voy contigo. / Tenemos sed del Dios vivo, ¡cuándo llegaremos a ver su rostro! / Tan alta vida espero, que muero porque no muero; / ¡Albricias', albricias hermanos, que nos vamos al cielo, / y veremos a Dios!
Resucitó, resucitó, resucitó, ¡alleluia!

Estanislao Olivares, Apuntes “Ejercicios Espirituales, hoy”